
JUEGO PATOLÓGICO
El trastorno del juego es un trastorno del comportamiento común y problemático asociado con la depresión, el abuso de sustancias, la violencia doméstica, la bancarrota y las altas tasas de suicidio. En la quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (Dsm-5), el juego patológico pasó a llamarse “Trastorno del juego” y se trasladó al capítulo “Trastornos relacionados con sustancias y trastornos adictivos” en el apartado “Trastornos no relacionados con sustancias“ para reconocer que las investigaciones sugieren que el juego patológico y la adicción al alcohol y las drogas están relacionados.
Se trata de un problema de gran relevancia social. En España, la tasa de prevalencia oscila en torno al 2% de la población adulta (Becoña, 1993, 2004; Irurita, 1996; Legarda, Babio y Abreu, 1992). El trastorno del juego es mucho más frecuente en hombres que en mujeres, pero éstas son mucho más reacias a buscar ayuda terapéutica por la censura social existente. A diferencia de otras conductas adictivas, este trastorno se distribuye por todas las clases sociales y por todas las edades.
Qué motiva el comportamiento del juego patológico es una de las interrogantes más frecuentes, especialmente cuando se trata de comportamientos potencialmente dañinos. En los últimos años, los motivos del juego han comenzado a ganar más interés en la investigación a medida que se ha reconocido su papel en la conducta de juego y el juego problemático (Francis et al., 2015, Stewart y Zack, 2008, Sundqvist et al., 2016, Tabri et al., 2022 ).
Ganar dinero es el motivo más importante para jugar, ya que está en el núcleo de la actividad (Binde, 2013). La tentación de jugar también puede estar alimentada por otros motivos bien conocidos, la socialización y el escape o distracción de los pensamientos y emociones negativos (Barrada et al., 2019 , Francis et al., 2015 , Stewart y Zack, 2008, Volberg et al., 2017, Wardle et al., 2011). La competencia y el desarrollo de habilidades también se han reconocido como motivos para jugar (por ej., Binde, 2013). Entre otros factores esta la presión de grupo, rasgos de personalidad (ser competitivo y aburrirse fácilmente) o haber comenzado a jugar a una edad temprana. En algunos casos el consumo de ciertos medicamentos puede causar un efecto secundario que podría estimular conductas compulsivas.
El trastorno del juego está rodeado de un estigma que lleva a algunas personas a ocultar su condición, una de las principales razones del estigma es la percepción estereotipada de que quienes padecen trastorno del juego son impulsivos, irracionales, irresponsables y agresivos. El deseo de ocultar su condición puede hacer que un menor número de personas que sufren este trastorno busque ayuda.
Gran parte de la investigación que apoya la clasificación del trastorno del juego junto con otras adicciones proviene de estudios de imágenes cerebrales y pruebas neuroquímicas. Estos han revelado similitudes en la forma en que el juego y las drogas de abuso actúan sobre el cerebro, y la forma en que el cerebro de los adictos responde a dichas señales. La evidencia indica que el juego activa el sistema de recompensa del cerebro de la misma manera que lo hace una droga «En muchos estudios, las mismas áreas del cerebro aparecen una y otra vez: el estriado ventral y la corteza prefrontal». El estriado ventral, ubicado en lo profundo del cerebro, se ha denominado el centro de recompensa del cerebro y se lo ha relacionado con el procesamiento de la recompensa y el abuso de sustancias (Potenza, 2008).
La otra región del cerebro que suele estar implicada en los trastornos relacionados con el juego y el consumo de sustancias es la corteza prefrontal. Esta región está involucrada en la toma de decisiones, el control de impulsos y el control cognitivo. Varios estudios han demostrado que los jugadores problemáticos y los drogadictos muestran una menor activación de la corteza prefrontal en respuesta a las señales relacionadas con el juego (Reuter et al, 2005).
¿CÓMO SE DIAGNOSTICA EL TRASTORNO DEL JUEGO?
Las personas que durante un período de 12 meses cumplan con cuatro de estos nueve criterios (Apa, 2013):
- Necesidad de apostar con cantidades crecientes de dinero para lograr la emoción deseada
- Están inquietos o irritables cuando intentan reducir o dejar de apostar
- Han hecho repetidos esfuerzos infructuosos para controlar, reducir o dejar de apostar
- A menudo están preocupados por el juego (por ejemplo, tener pensamientos persistentes de revivir experiencias pasadas de juego, perjudicar o planificar la próxima aventura, pensar en formas de conseguir dinero con el que apostar)
- A menudo juega cuando te sientes angustiado (por ejemplo, indefenso, culpable, ansioso, deprimido)
- Después de perder dinero con el juego, a menudo regresa otro día para vengarse («persiguiendo» las pérdidas de uno)
- Mentir para ocultar el alcance de la participación en el juego
- Haber puesto en peligro o perdido una relación significativa, trabajo u oportunidad educativa o profesional debido al juego
- Conste en los demás para proporcionar dinero para aliviar situaciones financieras desesperadas causadas por el juego.
Como ocurre en las conductas adictivas, el impacto del juego patológico va más allá del paciente afectado. En concreto, la familia, los amigos y el ambiente laboral están profundamente afectados por la problemática del juego (Fernández-Montalvo, Báez y Echeburúa, 2000). De hecho, el deterioro puede extenderse en algunos casos a la pareja del jugador, en forma de aumento del consumo de bebida y de tabaco, trastornos de la conducta alimentaria, gastos impulsivos sin control, etc.
En definitiva, el jugador patológico se caracteriza por una dependencia emocional del juego, una pérdida de control y una interferencia negativa en el funcionamiento normal en la vida cotidiana.
TRATAMIENTO DEL JUEGO PATOLÓGICO
Los estudios referidos a la terapia del trastorno del juego patológico actualmente están basados por una parte en técnicas conductuales -control de estímulos y exposición en vivo con prevención de respuesta, principalmente- y por otra parte la intervención cognitivo-conductual en prevención de recaídas (Echeburúa et al., 2000, 2001).
Bibliografía
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